Ya te echaron?, preguntò mi padre.
No, no me habìan echado pero me comì, en cambio,
flor de sumario administrativo.
La cosa sucediò asì:
pero para què diablos profundizar en materias tan desagradables
y francamente penosas.
5 años estuve en el paraìso burocràtico
por las noches
rodeado por pilas de libros (yo mismo habìa creado mi propia biblioteca
de la que sustraìan libros sin mi permiso, quiero decir que se los robaban
cuando yo no estaba).
Aquellas pilas de libros llegaban desde el piso hasta el techo
(aunque debemos admitir que el techo no era demasiado alto)
y yo me enfrascaba en su ardua lectura
al tiempo que escuchaba a Bach mediante mi telèfono celular.
Ahora que lo veo a la distancia temporal
aquellos fueron 5 años de absoluta felicidad:
pido disculpas a quien se sienta ofendido por mi franqueza:
en efecto, aquellos buròcratas pretendieron convertirme en una especie de
ñoqui
o algo peor: las empleadas entraban sin golpear la puerta a mi cubìculo u
oficina, o como diablos se denomine ese lugar
vagamente siniestro;
por otra parte o en cambio, los empleados de seguridad privada
extrañamente eran los màs educados, en la puerta de entrada:
me saludaban amigablemente
a diferencia de algunos empleados como indicaba unos versos
màs arriba, que ni siquiera se dignaban saludarme o responderme el saludo
mientras escuchaba a Juan Sebastiàn
absolutamente extasiado: realmente, aquella mùsica daba sentido a la vida;
a menudo me decìa que, si no existiera Dios, me alcanzaba y sobraba
con la existencia de Bach (por supuesto que
Dios existe, los que no existimos somos nosotros, meros fantasmas onìricos o
cinematogràficos).
Lo que tiendo a narrar solìa suceder
por las noches, alrededor de las 8 pm
hasta las 10 pm
aproximadamente.
El resto del dìa
daba clases particulares a los efectos de ganarme el sustento, parar la
olla. O de lo contrario, en su defecto, me recostaba
con una o màs jòvenes en la oscuridad
al solo objeto de tener un orgasmo
y luego quedarme dormido allì mismo
con el riesgo de que me sonsacaran
los pocos ahorros que tenìa.
Mis pocas finanzas iban menguando, evidentemente, debido
a toda clase de gastos indudablemente superfluos: libros, camperas de cuero,
sacos varios, zapatos de toda ìndole y material, sombreros y gorras varias,
camisas floreadas
como si no se tratara del rol de catedràtico engañado
sino de un turista en ciernes
que se dispone a viajar
hacia el Caribe profundo.
Ademàs o por otra parte,
tenìa una facilidad absoluta o humildemente extraordinaria
para hacerme
de toda clase de enemigos màs o menos acèrrimos
en especial entre la mafia psicopedagògica o
simplemente escolar.
Con una habilidad fuera de lo comùn
en poco tiempo me ponìa en contra a los directores màs
autocràticos, màs autoritarios y tristemente funestos
que procedìan acto o renglòn seguido
a hostigarme al solo objeto que yo renunciara
a la corta o a la larga
sin ninguna clase de indemnizaciòn por ello
ya que habìa sido derogada toda especie de reparaciòn
mediante un decreto presidencial de
extrema
urgencia y necesidad
(aunque algunos jurisconsultos afirmaban sagazmente no haber
ni lo otro ni lo uno: ni urgencia ni necesidad alguna, pero en fin).
Estaba condenado aparentemente
a ponerle los puntos a toda clase de otarios
esquivar, soslayar
giles de lecherìa
que fungìan como directivos
subrogantes, a pesar de ser obviamente
bàsicamente incompetentes, ineptos hasta decir basta, hasta la
nàusea.
Se la pasaban discurseando y llenàndose la boca
contra la violencia de gènero
pero cuando ocurrìa un caso concreto de violencia de gènero o
maltrato laboral (el subrayado es mìo)
no hacìan absolutamente nada
salvo estigmatizar, culpar al denunciante o vìctima,
patologizar, en fin, focalizar en èl
tal como sucede en "El Proceso" de Kafka Franz
(versiòn cinematogràfica de Orson Welles).
Còmo escapar a esas penurias de manera medianamente eficaz?
Un email al supervisor de turno o màs bien de àrea
era fundamentalmente estèril: solìan producirse màs represalias:
actas, falsos testimonios de alumnas supuestamente acosadas (?)
sumarios administrativos manifiestamente armados, fraguados
etc.
Para què ahondar en estas tristes materias?
Si realmente fueron los años màs endiabladamente felices
de mi vida: por las noches concurrìa a las porteñas milongas
al solo efecto de bailarme unos buenos y rumiantes tangos
y bailar con las bellas entre mis brazos
alegres milongas y cruzados valses y santafecinas cumbias.
O sino, encamarme con dos mujeres a la vez
en coquetos departamentos o, en caso contrario, en los màs
sòrdidos tugurios u hoteluchos, por lo general,
cercanos a la estaciòn del tren.
Por eso mis finanzas se iban complicando inextricablemente, empero,
no podìa desembarazarme de ese potente vicio, la droga màs implacable:
el Sexo
que
con sus lìmpidos orgasmos
inexorablemente
me podìa.